domingo, 11 de octubre de 2009
domingo, 12 de julio de 2009
EMILIO ROSENBLUETH STEARNS (1896-1945)
Emilio Rosenblueth fue un personaje singular. Yo lo considero como mi segundo abuelo. Mi abuela la pintora Luz Fabila Montes de Oca se enroló en un romance de más de 7 años y que concluye con la muerte de Emilio en enero de 1945. Ellos dos formaron un atelier en donde tarde tras tarde degustaron de los placeres del arte. Por ello tanto la obra de Emilio como la de Luz están entrelazadas en temática, trazo, técnica y color.
A Emilio Rosenblueth podríamos definirlo como un gran patriarca que durante toda su vida vio y vivió para su familia. A muy temprana edad entró a trabajar y se encargó de sacar adelante a sus hermanos. Sus orígenes son judíos; sin embargo podemos presumir que bien saltó al catolicismo en la pintura por creencia o simplemente por formación estética.
Diego Rivera se refiere a él como un personaje amable pero aficionado a la pintura. Yo iría más allá. Diego tenía muchas diferencias con muchos de los pintores que no acotaban su temática o creencia y así fue como para 1942, apenas iniciado en la pintura, Emilio deja boquiabierto a Diego pues para ese año ya expone en las dos Galerías de Arte más importantes del arte latinoamericano: Galería GAM de Inés Amor y Galería María Asúnsolo. Paradójicamente solo tenemos referencias a él por su obra, por el listado publicado en la GAM y prensa de la época, pero principalmente por la memoria narrativa de mi abuela Mamalí quien se encargó de mantener viva la imagen de Emilio.
Con esta publicación iniciamos un camino de investigación dentro de la iconografía y obra de este magnífico pintor mexicano.
Adolfo Cantú
Colección de Arte Cantú Y de Teresa
http://cydtmuseum.blogspot.com/
A la memoria de EMI (Emilio ROSENBLUETH STEARNS) (1896-1945) y MAMALI
( Luz Fabila Montes de Oca ) (1905-1984)
http://luzfabila.blogspot.com/
A Emilio Rosenblueth podríamos definirlo como un gran patriarca que durante toda su vida vio y vivió para su familia. A muy temprana edad entró a trabajar y se encargó de sacar adelante a sus hermanos. Sus orígenes son judíos; sin embargo podemos presumir que bien saltó al catolicismo en la pintura por creencia o simplemente por formación estética.
Diego Rivera se refiere a él como un personaje amable pero aficionado a la pintura. Yo iría más allá. Diego tenía muchas diferencias con muchos de los pintores que no acotaban su temática o creencia y así fue como para 1942, apenas iniciado en la pintura, Emilio deja boquiabierto a Diego pues para ese año ya expone en las dos Galerías de Arte más importantes del arte latinoamericano: Galería GAM de Inés Amor y Galería María Asúnsolo. Paradójicamente solo tenemos referencias a él por su obra, por el listado publicado en la GAM y prensa de la época, pero principalmente por la memoria narrativa de mi abuela Mamalí quien se encargó de mantener viva la imagen de Emilio.
Con esta publicación iniciamos un camino de investigación dentro de la iconografía y obra de este magnífico pintor mexicano.
Adolfo Cantú
Colección de Arte Cantú Y de Teresa
http://cydtmuseum.blogspot.com/
A la memoria de EMI (Emilio ROSENBLUETH STEARNS) (1896-1945) y MAMALI
( Luz Fabila Montes de Oca ) (1905-1984)
http://luzfabila.blogspot.com/
domingo, 5 de julio de 2009
Un descubrimiento
Un descubrimiento
(traducción de notas inéditas del pintor, de mediados de 1941)
Hace unos cinco años mi hermano le dio a mi hijo un obsequio de navidad que me inició en mi carrera artística: un pequeño estuche para pintar al óleo. Me hijo quiso saber cómo usar su regalo –paleta, pinceles, bastidores para tela y esos tubos de pintura pegajosa. Nos embarcamos entusiastas. Verán ustedes: en 1915 había yo recibido lecciones, las lecciones usuales y erróneas: copiar de reproducciones, de diversos objetos, de la naturaleza; copiar siempre y eso no me divertía. Era yo joven; pronto me desencanté y abandoné las lecciones por completo. Pero esta vez, habiendo transcurrido 21 años, me hallé absorto con un nuevo y fascinante interés. Mi hijo tenía sus manos ocupadas en otras actividades. Mis primeros e infructuosos intentos me impulsaron a buscar el consejo de conocedores. Se trató de una larga serie de experiencias; sin embargo, ninguna satisfizo mi necesidad de ser guiado en el camino hacia la autoexpresión pictórica. Al fin llegó Carlos Orozco Romero. El maestro fue generoso sin reservas, amistoso, paciente al tiempo que su alumno se interesaba con sinceridad, dispuesto a trabajar y ensayar de nueva cuenta. En mayo pasado logré hacer mi primera exposición; y fue esta un éxito estimulante.
Lo que quiero comunicarles es mi gran descubrimiento: ¡Todo ser humano, sea hombre, mujer o niño, es un artista en potencia! Tú puedes dibujar y pintar, expresarte artísticamente y, al hacerlo, disfrutar de una nueva y maravillosa experiencia.
Sí, todos hemos nacido dibujantes, pintores. Veamos a los niños. Todos disfrutan de dibujar. No he hallado uno que no muestre verdadera vocación, y mucho más notoriamente que un adulto. Cuando me di cuenta de que así es me sorprendió. He aquí una capacidad potencial heredada, común a toda la humanidad, claramente manifiesta desde la infancia y que, no obstante, perdemos u olvidamos en el trascurso de los años. ¿Por qué?
Los más antiguos vestigios históricos muestran que todos los pueblos primitivos dibujaban y pintaban y que sus obras rebosaban belleza y expresividad. Cada hallazgo arqueológico nos lo confirma en abundancia. Sin embargo, conforme los pueblos maduran hasta alcanzar la civilización de hoy, la raza parece perder u olvidar. No me refiero a los artistas profesionales; ellos son las excepciones.
No aventuraré dar fundamento científico a mi credo. El niño, por ejemplo, pronto se percata de que en este mundo rigen conjuntos de reglas: No esto y No aquello. Sus dibujos primerizos, libres, juguetones se juzgan como si pretendieran ser copias fotográficas de los objetos que representan, y se los encuentra defectuosos. Se le dice que copie fielmente: una actitud servil en vez de sincera; y esto no es divertido, así que pronto el niño lo abandona totalmente.
Pero no: la capacidad potencial no se pierde ni se olvida. Siempre late en uno, escondida tal vez tras los cientos de las impresiones cotidianas. Piensa, tan sólo imagina qué maravillosa experiencia sería redescubrirla y cabalmente gozarla.
Mas, preguntarán ustedes, ¿acaso has sometido a prueba tu credo y demostrado su veracidad? ¡Ah, sí! Una y otra vez. Les mencionaré un solo ejemplo. Se trata de un contador. Ahora bien, tradicionalmente miramos a los de esta profesión como carentes de inclinación y aptitudes artísticas. Lidian con cifras, debes y haberes y otros entes horrendos. Pues sucede que este contador está, en muy breve lapso, sorprendiendo a sus amigos con varios dibujos excelentes.
Bueno, y a todo esto ¿qué es el arte? Se han propuesto multitud de definiciones. Tomemos una, casi al azar, una muy breve y fácil de comprender: UNA EXPRESION (1) RITMICA (2) DE SENTIMIENTO (3). Expresión en el sentido de manifestación externa, brote de lo que hay dentro de uno (como de los árboles que brotan las hojas nuevas en el poema de Oscar Wilde); rítmica significa ordenada, y sentimiento se refiere no únicamente a sentimientos como los de tristeza o alegría, ira o nostalgia; hay otros, como el sentimiento de disfrutar lo bello. ¿Lo bello de la naturaleza? Sí, y la belleza de una línea, una forma, un color. Grita el salvaje y salta de júbilo porque acaba de matar una bestia. Expresa así un sentimiento, aunque de manera caótica, desordenada. Poco a poco su alarido se muta en notas, notas musicales que aprende a cantar con claridad, en un patrón de intervalos de tiempo, quizá acompañándose de un tambor hechizo. Gradualmente su cuerpo adquiere movimientos que armonizan con ese ritmo, y entonces comienza a gozar del acto, del deseo por expresar su alegría original. Ahora el placer proviene de las notas y de la danza misma; y aprenden sus compañeros a compartir su desempeño.
Y así también con el dibujo y la pintura. Difieren los elementos, y nada más. En lugar de notas musicales y movimientos rítmicos tenemos líneas, superficies, formas, volúmenes, espacio, color. Veamos una línea, por ejemplo. Pudo haberse utilizado en una caverna para representar un animal. Al inicio el animal era el objeto o propósito del dibujo. El estilo nacía del sentimiento que su autor deseaba expresar: rapidez, fuerza, gracia. En corto tiempo, empero, el dibujante aprendió que diversos trazos comunican expresiones diversas: líneas gruesas y pesadas, bruscas y nerviosas unas, y finas y sensitivas otras, o bien tajantes y asertivas, difusas, vacilantes, rugosas, rudas, elegantes, de toda clase. Aprende además que el carácter de sus trazos es distinto de los que tienen los trazos de otros dibujantes. Es entonces cuanto comienza a disfrutar de las líneas. Sus ojos las buscan y detectan, en la cima de las serranías con el cielo por fondo, en los troncos de árboles con fondo de follaje. Entonces trazará líneas, líneas hermosas, sin más que una relación secundaria con los objetos representados. Expresará su gozo por la belleza de la línea. Lo mismo vale en cuanto a superficies: unas serán planas, otras curvadas; éstas lisas, aquéllas rugosas. Se interesará en las texturas. Y en la forma: llegará a deleitarse en formas puramente geométricas, y eso por su belleza intrínseca. El volumen le sugerirá posibilidades sin fin: masas de nubes, o rocas o meras frutas. Cuerpos que son blandos o vagos así como otros que son pesantes, sustanciales… El paisaje sugerirá perspectiva y el deleite del espacio. Finalmente descubrirá el color. ¡El color, que constituye en sí mismo un universo!
De esta manera nuestro artista llegará a sentir que toda línea, toda forma, todo color es bello en sí, preñado con posibilidades de belleza. Llegará a sentir que él tiene el privilegio de seleccionar y combinar estos elementos, sus trazos predilectos, formas, colores en armonías o contrastes, oponiendo los más fríos, cortantes y duros elementos a los más amables, suaves, cálidos; contrastando incluso realidades y sueños, o apareando los elementos más afines para que cada uno vibre con mayor y más puro significado.
Mas de nuevo preguntará cada uno de los presentes, ¿Bueno, y yo? ¡Digamos que intentas! Imagínate que vivimos hace milenios… Por ahora olvida quién eres, olvida lo que has visto que otros hacen. Supón que estás descansando, que no tienes nada que hacer, te sientes estupendamente, encuentras disfrutable la vida. Quizá estás junto a un arroyo. Tomas un poco de arcilla, juegas con ella, la moldeas en tus manos hasta convertirla en una bola redonda. (Bueno, lo que en realidad haces es tomar un lápiz, un borrador y una hoja de papel blanco: tu lápiz está bien afilado; tomándolo muy ligeramente, dibujas un círculo y lo repasas una y muchas veces, como si moldearas con tus manos la bola de arcilla.) A lo mejor ves pasar a una persona. Observas la cabeza. Te parece redonda, casi como una bola redonda de arcilla. Ahora comienzas a moldear la bola dándole forma de cabeza, tal vez una cabeza más bien redonda, humorística o arrogante, de acuerdo con tu estado de ánimo. Poco a poco empiezan casi a formarse solos sus rasgos. (Y así, con tu lápiz, siempre suavemente, tu masa redonda comienza a adquirir forma. En su expresión más sencilla una cabeza es hasta cierto grado esférica; y al agregar un poco aquí, borrar ligeramente allá, los rasgos van insinuándose.) Notarás que hasta aquí hemos establecido lo fundamental de la actitud, actitud desinteresada, casi como la del niño que juega. Ninguna conciencia de tu propio yo: al olvidarte de ti mismo te hallarás a ti mismo. Ahora estudia lo que has dibujado; cambia, busca en qué sitios la cabeza, hasta donde ha progresado, una mera sugerencia de masa, necesita que se acentúe esta prominencia o que se rebaje aquella, y así sucesivamente, respondiendo siempre a lo que verdaderamente sientas. A continuación borra suavemente casi todo, dejando apenas los trazos más tenues de los contornos que al final decidiste. Tu lápiz pedirá que lo reafiles… Su aguda punta, cuando lo sostengas muy, muy delicadamente, será la punta de tus propios nervios; lo sentirás, casi lo oirás rascar el grano del papel conforme repasas los contornos, sintiéndolo todo el tiempo, enfatizando aquí, trazando más suavemente en otro sitio. Delinea el cabello con el peinado más sencillo que te imagines. No te preocupes de la expresión de los ojos; bástete señalarlos más altos o más bajos según te diga tu subconsciencia. Y continúa: nariz, boca, orejas, cuello… Sí, terminaste tu primer dibujo. Tú, que no sabías que podías hacerlo. Pronto ensayarás de nuevo, leyendo artículos y libros sobre temas como el dibujo, la pintura y la historia del arte. Un día posiblemente encuentres a alguien que te anime y te guíe. Y en todo el proceso te sentirás más feliz y tu vida se habrá enriquecido.
Toda línea, toda forma, todo color es en sí bello, lleno de posibilidades potenciales para crear belleza. Son la selección y la composición de estos elementos lo que puede producir algo que es bello o algo que no lo es. “Todas las cosas en sí son buenas”, le oí decir a Don Antonio Caso en una conferencia. Es en el uso que hacemos de las cosas, la selección, la manera de combinarlas… Y lo mismo con nuestros semejantes. El artista que habita en ti aprenderá a seleccionar y arreglar… a crear armonías y contrastes que harán de tu vida una vida bella; una vida más bella cada día, conforme aprendas ese otro arte, el arte sublime de vivir tu vida.
(traducción de notas inéditas del pintor, de mediados de 1941)
Hace unos cinco años mi hermano le dio a mi hijo un obsequio de navidad que me inició en mi carrera artística: un pequeño estuche para pintar al óleo. Me hijo quiso saber cómo usar su regalo –paleta, pinceles, bastidores para tela y esos tubos de pintura pegajosa. Nos embarcamos entusiastas. Verán ustedes: en 1915 había yo recibido lecciones, las lecciones usuales y erróneas: copiar de reproducciones, de diversos objetos, de la naturaleza; copiar siempre y eso no me divertía. Era yo joven; pronto me desencanté y abandoné las lecciones por completo. Pero esta vez, habiendo transcurrido 21 años, me hallé absorto con un nuevo y fascinante interés. Mi hijo tenía sus manos ocupadas en otras actividades. Mis primeros e infructuosos intentos me impulsaron a buscar el consejo de conocedores. Se trató de una larga serie de experiencias; sin embargo, ninguna satisfizo mi necesidad de ser guiado en el camino hacia la autoexpresión pictórica. Al fin llegó Carlos Orozco Romero. El maestro fue generoso sin reservas, amistoso, paciente al tiempo que su alumno se interesaba con sinceridad, dispuesto a trabajar y ensayar de nueva cuenta. En mayo pasado logré hacer mi primera exposición; y fue esta un éxito estimulante.
Lo que quiero comunicarles es mi gran descubrimiento: ¡Todo ser humano, sea hombre, mujer o niño, es un artista en potencia! Tú puedes dibujar y pintar, expresarte artísticamente y, al hacerlo, disfrutar de una nueva y maravillosa experiencia.
Sí, todos hemos nacido dibujantes, pintores. Veamos a los niños. Todos disfrutan de dibujar. No he hallado uno que no muestre verdadera vocación, y mucho más notoriamente que un adulto. Cuando me di cuenta de que así es me sorprendió. He aquí una capacidad potencial heredada, común a toda la humanidad, claramente manifiesta desde la infancia y que, no obstante, perdemos u olvidamos en el trascurso de los años. ¿Por qué?
Los más antiguos vestigios históricos muestran que todos los pueblos primitivos dibujaban y pintaban y que sus obras rebosaban belleza y expresividad. Cada hallazgo arqueológico nos lo confirma en abundancia. Sin embargo, conforme los pueblos maduran hasta alcanzar la civilización de hoy, la raza parece perder u olvidar. No me refiero a los artistas profesionales; ellos son las excepciones.
No aventuraré dar fundamento científico a mi credo. El niño, por ejemplo, pronto se percata de que en este mundo rigen conjuntos de reglas: No esto y No aquello. Sus dibujos primerizos, libres, juguetones se juzgan como si pretendieran ser copias fotográficas de los objetos que representan, y se los encuentra defectuosos. Se le dice que copie fielmente: una actitud servil en vez de sincera; y esto no es divertido, así que pronto el niño lo abandona totalmente.
Pero no: la capacidad potencial no se pierde ni se olvida. Siempre late en uno, escondida tal vez tras los cientos de las impresiones cotidianas. Piensa, tan sólo imagina qué maravillosa experiencia sería redescubrirla y cabalmente gozarla.
Mas, preguntarán ustedes, ¿acaso has sometido a prueba tu credo y demostrado su veracidad? ¡Ah, sí! Una y otra vez. Les mencionaré un solo ejemplo. Se trata de un contador. Ahora bien, tradicionalmente miramos a los de esta profesión como carentes de inclinación y aptitudes artísticas. Lidian con cifras, debes y haberes y otros entes horrendos. Pues sucede que este contador está, en muy breve lapso, sorprendiendo a sus amigos con varios dibujos excelentes.
Bueno, y a todo esto ¿qué es el arte? Se han propuesto multitud de definiciones. Tomemos una, casi al azar, una muy breve y fácil de comprender: UNA EXPRESION (1) RITMICA (2) DE SENTIMIENTO (3). Expresión en el sentido de manifestación externa, brote de lo que hay dentro de uno (como de los árboles que brotan las hojas nuevas en el poema de Oscar Wilde); rítmica significa ordenada, y sentimiento se refiere no únicamente a sentimientos como los de tristeza o alegría, ira o nostalgia; hay otros, como el sentimiento de disfrutar lo bello. ¿Lo bello de la naturaleza? Sí, y la belleza de una línea, una forma, un color. Grita el salvaje y salta de júbilo porque acaba de matar una bestia. Expresa así un sentimiento, aunque de manera caótica, desordenada. Poco a poco su alarido se muta en notas, notas musicales que aprende a cantar con claridad, en un patrón de intervalos de tiempo, quizá acompañándose de un tambor hechizo. Gradualmente su cuerpo adquiere movimientos que armonizan con ese ritmo, y entonces comienza a gozar del acto, del deseo por expresar su alegría original. Ahora el placer proviene de las notas y de la danza misma; y aprenden sus compañeros a compartir su desempeño.
Y así también con el dibujo y la pintura. Difieren los elementos, y nada más. En lugar de notas musicales y movimientos rítmicos tenemos líneas, superficies, formas, volúmenes, espacio, color. Veamos una línea, por ejemplo. Pudo haberse utilizado en una caverna para representar un animal. Al inicio el animal era el objeto o propósito del dibujo. El estilo nacía del sentimiento que su autor deseaba expresar: rapidez, fuerza, gracia. En corto tiempo, empero, el dibujante aprendió que diversos trazos comunican expresiones diversas: líneas gruesas y pesadas, bruscas y nerviosas unas, y finas y sensitivas otras, o bien tajantes y asertivas, difusas, vacilantes, rugosas, rudas, elegantes, de toda clase. Aprende además que el carácter de sus trazos es distinto de los que tienen los trazos de otros dibujantes. Es entonces cuanto comienza a disfrutar de las líneas. Sus ojos las buscan y detectan, en la cima de las serranías con el cielo por fondo, en los troncos de árboles con fondo de follaje. Entonces trazará líneas, líneas hermosas, sin más que una relación secundaria con los objetos representados. Expresará su gozo por la belleza de la línea. Lo mismo vale en cuanto a superficies: unas serán planas, otras curvadas; éstas lisas, aquéllas rugosas. Se interesará en las texturas. Y en la forma: llegará a deleitarse en formas puramente geométricas, y eso por su belleza intrínseca. El volumen le sugerirá posibilidades sin fin: masas de nubes, o rocas o meras frutas. Cuerpos que son blandos o vagos así como otros que son pesantes, sustanciales… El paisaje sugerirá perspectiva y el deleite del espacio. Finalmente descubrirá el color. ¡El color, que constituye en sí mismo un universo!
De esta manera nuestro artista llegará a sentir que toda línea, toda forma, todo color es bello en sí, preñado con posibilidades de belleza. Llegará a sentir que él tiene el privilegio de seleccionar y combinar estos elementos, sus trazos predilectos, formas, colores en armonías o contrastes, oponiendo los más fríos, cortantes y duros elementos a los más amables, suaves, cálidos; contrastando incluso realidades y sueños, o apareando los elementos más afines para que cada uno vibre con mayor y más puro significado.
Mas de nuevo preguntará cada uno de los presentes, ¿Bueno, y yo? ¡Digamos que intentas! Imagínate que vivimos hace milenios… Por ahora olvida quién eres, olvida lo que has visto que otros hacen. Supón que estás descansando, que no tienes nada que hacer, te sientes estupendamente, encuentras disfrutable la vida. Quizá estás junto a un arroyo. Tomas un poco de arcilla, juegas con ella, la moldeas en tus manos hasta convertirla en una bola redonda. (Bueno, lo que en realidad haces es tomar un lápiz, un borrador y una hoja de papel blanco: tu lápiz está bien afilado; tomándolo muy ligeramente, dibujas un círculo y lo repasas una y muchas veces, como si moldearas con tus manos la bola de arcilla.) A lo mejor ves pasar a una persona. Observas la cabeza. Te parece redonda, casi como una bola redonda de arcilla. Ahora comienzas a moldear la bola dándole forma de cabeza, tal vez una cabeza más bien redonda, humorística o arrogante, de acuerdo con tu estado de ánimo. Poco a poco empiezan casi a formarse solos sus rasgos. (Y así, con tu lápiz, siempre suavemente, tu masa redonda comienza a adquirir forma. En su expresión más sencilla una cabeza es hasta cierto grado esférica; y al agregar un poco aquí, borrar ligeramente allá, los rasgos van insinuándose.) Notarás que hasta aquí hemos establecido lo fundamental de la actitud, actitud desinteresada, casi como la del niño que juega. Ninguna conciencia de tu propio yo: al olvidarte de ti mismo te hallarás a ti mismo. Ahora estudia lo que has dibujado; cambia, busca en qué sitios la cabeza, hasta donde ha progresado, una mera sugerencia de masa, necesita que se acentúe esta prominencia o que se rebaje aquella, y así sucesivamente, respondiendo siempre a lo que verdaderamente sientas. A continuación borra suavemente casi todo, dejando apenas los trazos más tenues de los contornos que al final decidiste. Tu lápiz pedirá que lo reafiles… Su aguda punta, cuando lo sostengas muy, muy delicadamente, será la punta de tus propios nervios; lo sentirás, casi lo oirás rascar el grano del papel conforme repasas los contornos, sintiéndolo todo el tiempo, enfatizando aquí, trazando más suavemente en otro sitio. Delinea el cabello con el peinado más sencillo que te imagines. No te preocupes de la expresión de los ojos; bástete señalarlos más altos o más bajos según te diga tu subconsciencia. Y continúa: nariz, boca, orejas, cuello… Sí, terminaste tu primer dibujo. Tú, que no sabías que podías hacerlo. Pronto ensayarás de nuevo, leyendo artículos y libros sobre temas como el dibujo, la pintura y la historia del arte. Un día posiblemente encuentres a alguien que te anime y te guíe. Y en todo el proceso te sentirás más feliz y tu vida se habrá enriquecido.
Toda línea, toda forma, todo color es en sí bello, lleno de posibilidades potenciales para crear belleza. Son la selección y la composición de estos elementos lo que puede producir algo que es bello o algo que no lo es. “Todas las cosas en sí son buenas”, le oí decir a Don Antonio Caso en una conferencia. Es en el uso que hacemos de las cosas, la selección, la manera de combinarlas… Y lo mismo con nuestros semejantes. El artista que habita en ti aprenderá a seleccionar y arreglar… a crear armonías y contrastes que harán de tu vida una vida bella; una vida más bella cada día, conforme aprendas ese otro arte, el arte sublime de vivir tu vida.
sábado, 13 de junio de 2009
Emilio Rosenblueth, pintor Presentación
Textos del libro “emilio rosenblueth pintor”, ISSSTE, México DF, 1988
Emilio Rosenblueth, pintor
Presentación
Emilio Rosenblueth,
pintor
El pintor Emilio Rosenblueth fue un artista singular. Lo fue por la calidad de su obra. Lo fue también porque habiendo estudiado los rudimentos del dibujo y de la pintura en su adolescencia, no volvió a pintar sino hasta veinte años más tarde. Su producción plástica está inserta en una vida dedicada a la industria y a los negocios. Mediante un proceso misterioso, nació como pintor a los 40 años. Desde entonces, hasta su muerte ocho años después, Rosenblueth dibujó y pintó febrilmente.
En este periodo realizó 300 óleos en los fines de semana y varios cientos de dibujos, así como cuadros hechos con otras técnicas. Es difícil, en su caso, hablar de etapas ya que cuando pinta lo hace con plena madurez.
Otras singularidades del artista fueron su sensualidad y su modestia. Siempre ansioso por ensayar y aprender, le sorprendía el éxito de su obra. Tuvo en vida una sola exposición importante. Ella generó entusiastas elogios por parte de los especialistas; sin embargo, debido a la brevedad de su vida como pintor y a que prácticamente toda su producción se conservó entre familiares y amigos, Rosenblueth es desconocido en el medio artístico mexicano. Este libro busca darlo a conocer.
Emilio Rosenblueth, pintor
Presentación
Emilio Rosenblueth,
pintor
El pintor Emilio Rosenblueth fue un artista singular. Lo fue por la calidad de su obra. Lo fue también porque habiendo estudiado los rudimentos del dibujo y de la pintura en su adolescencia, no volvió a pintar sino hasta veinte años más tarde. Su producción plástica está inserta en una vida dedicada a la industria y a los negocios. Mediante un proceso misterioso, nació como pintor a los 40 años. Desde entonces, hasta su muerte ocho años después, Rosenblueth dibujó y pintó febrilmente.
En este periodo realizó 300 óleos en los fines de semana y varios cientos de dibujos, así como cuadros hechos con otras técnicas. Es difícil, en su caso, hablar de etapas ya que cuando pinta lo hace con plena madurez.
Otras singularidades del artista fueron su sensualidad y su modestia. Siempre ansioso por ensayar y aprender, le sorprendía el éxito de su obra. Tuvo en vida una sola exposición importante. Ella generó entusiastas elogios por parte de los especialistas; sin embargo, debido a la brevedad de su vida como pintor y a que prácticamente toda su producción se conservó entre familiares y amigos, Rosenblueth es desconocido en el medio artístico mexicano. Este libro busca darlo a conocer.
Acercamiento al pintor Ida Rodríguez Prampolini
Acercamiento al pintor
Ida Rodríguez Prampolini
Con las obras de arte sucede, a medida que se aleja el tiempo de su producción, que por distintas y distantes que hayan estado entre sí, comienzan a acercarse y a emparentarse hasta conformar lo que es el estilo de una época. Un cuadro es cronológicamente situable justo por aquellas características típicas de un momento de la historia. El tiempo, más que ningún otro factor, reduce la diversidad individualista. Aquellas novedades y perfecciones que en su momento causaron el entusiasmo o la envidia de los contemporáneos, unos pocos siglos después se confunden dentro del rasero del estilo.
Ya Justino Fernández unía bajo el rubro “Una generación de pintores afines” a artistas que aparentemente no cabe medir con la misma regla. Acredita su elección con este argumento: “Son tan variadas y francas sus personalidades que no parece casi posible reunirlos por tendencias, es una diáspora rice en valores que justifica el prestigio de que goza; sin embargo, hay un ‘no sé qué’ común, un sentido de la realidad, del color y de las formas que los liga y en conjunto o individualmente son inconfundibles” [1]. Es que ese arte, perteneciente a la Escuela Mexicana y producto de la Revolución de 1910 es, como advierte Octavio Paz, “una inmersión de México en su propio ser” [2]. Al ver reunida la obra del artista Emilio Rosenblueth no se duda de incluirlo al lado de los artistas que poseen ese “no sé qué”.
La política propiciada por la administración del licenciado Miguel Alemán abrió nuestras fronteras al deseo de internacionalización. Los artistas mexicanos más jóvenes no recorrieron el camino de la Escuela Mexicana. No la transformaron en algo distinto como logró hacerlo Rufino Tamayo. Ellos negaron su validez y pusieron los ojos de nuevo en Europa y Norteamérica.
Emilio Rosenblueth había muerto el 24 de enero de 1945, así que este cambio ya no le tocó. En su obra apenas asoma el mundo de los abstractos y escasean las búsquedas a través de materiales y texturas. Más que romper con una tradición inmediata hay deseos de asumirla plenamente para que, de tanto hacerla suya, tenga la autenticidad y la verdad de la pertenencia. Con su obra comenzaba a enriquecer, mediante aportes muy personales, a la Escuela Mexicana Moderna.
Lo primero que sorprende, cuando se conoce la historia de este excepcional pintor, es que la mayor parte de sus contemporáneos dedicaron muchos años a realizar sus propios encuentros formales, mientras que la vertiginosa carrera artística de Rosenblueth fue muy corta. Dura apenas ocho años y en ese lapso logra realizarse con plenitud.
La educación de Emilio Rosenblueth pertenece a una fina atmósfera europea. Su padre era judío-húngaro; su madre, mexicana. La familia se componía de ocho hijos de los cuales Emilio era el mayor; fueron educados esmeradamente en ese ambiente cultural y artístico. Recibían clases de idiomas, pintura y música, llegando a constituir entre los hermanos un conjunto aficionado de música de cámara. Por muchos años Emilio siguió ejecutando el violín y gozando de los compositores que renovaron la música moderna: Ravel, Stravinski, Shostakovich, Prokofiev y Respighi entre los más queridos.
En las hermosas notas debidas a la pluma del pintor y que recoge el presente libro, nos refiere a las lecciones de pintura que recibió en 1915 y que no le fueron divertidas. De ese año queda una obra, El leñador; aunque se trata de una copia, denota que esas lecciones, por aburridas que le parecieran, le suministraron un buen oficio. Mucho después, cuando en él resurge el gusto por la pintura, fueron seguramente valiosa ayuda para que su talento y enorme facilidad pudieran desarrollarse tan rápidamente.
Emilio Rosenblueth nace en Ciudad Juárez el 23 de julio de 1896. Cursa sus primeros estudios en la ciudad de México en una escuela de padres maristas y en el Colegio Civil. De 1920 a 1942 trabajó en una de las industrias más importantes de Monterrey, la cervecera. Comenzó como repartidor y agente de ventas de la Cervecería Cuauhtémoc, primero en Monterrey y más tarde en la ciudad de México. Después de ocupar puestos directivos se desligó de ese grupo y dedicó sus últimos dos años de vida al cargo de gerente de la Cervecería Modelo.
Descuella la doble personalidad de Rosenblueth: su excepcional facilidad para desempeñarse con éxito en el mundo de industrias y negocios y en el arte. Sus amigos, así como los escritores que se ocuparon de reseñar sus exposiciones y los que lo conocieron y trataron, lo describen y recuerdan como un hombre afable, alegre, dinámico, autocrítico y disciplinado. Alcanzó una sólida cultura; conocía bien la música y la literatura; gozaba a los clásicos y se entusiasmaba con los artistas contemporáneos. Admiraba a Picasso por sobre todos ellos. Tenía interés por los temas filosóficos y científicos y gozaba del baile y de los deportes, principalmente la equitación.
Después del periodo de juventud en que tomó clases de pintura no vuelve a practicarla sino hasta fines de 1936. Se dedica entonces ya no a copiar sino a dar expresión plástica a sus intereses visuales y emotivos.
Comienza su tarea pictórica compartiendo el principio que había inspirado la creación de las Escuelas al Aire Libre en México y así lo deja escrito en las notas a que me referí. Allí sostiene que potencialmente todo ser humano es un artista.
Su obra Laguna de Zempoala, de 1943, es un homenaje a Gauguin; los Girasoles, de 1944, contenidos en un vaso de Carretones son una transformación de las dolorosas flores de Van Gogh, y la composición de los árboles que enmarcan un triángulo entre los que se encuentran tres mujeres desnudas, Tres bañistas en la selva, de 1942, es un estudio muy personal de los cuadros también de mujeres desnudas, de Cézanne.
La entrega intensa que lleva a Rosenblueth a producir una vasta obra en poco más de siete años nos habla de una pasión reposada, diligente y disciplinada, la del artista que sabe que ha descubierto tarde su vocación, que son más los años perdidos que los que le quedan para colmar “con ese gozo interno” sus ansias creadoras. Don Emilio se convierte, como Cézanne, en un eterno aprendiz. Es muy posible que nuestro pintor mexicano haya tenido presente al conceptualizador de la naturaleza, no tanto en sus exploraciones geometrizantes sino en su método de aprendizaje. Para Rosenblueth el arte no es sólo un refugio sino una ansiosa búsqueda por lo que le interesa decir y cómo decirlo.
En México no se produjeron las paulatinas rupturas y menos aún los tanteos en torno a problemas formales que crearon las vanguardias en el Viejo Continente. Aquí hay la intención conjunta de crear un lenguaje único, propio, colectivo y entendible para todos. No se busca por caminos exclusivamente formales sino se trata de comunicar verdades y decir algo con ellas. En Europa, el artista se separa del público; en México pinta y produce para él. Por otra parte, la rebeldía se dio exclusivamente contra la Academia y sus reglas, como había sucedido en Europa en la primera de las rebeliones, la impresionista. El artista mexicano de los treinta y cuarenta se empeña y logra construir un mundo paralelo y cercano a la realidad circundante; lenguaje que brota y se reproduce en todas las artes, en el cine, la fotografía, la pintura, la escultura e incluso la arquitectura y la moda.
Rosenblueth no participó activamente en la elaboración de esa estética nacional y menos aún cayó en el nacionalismo vacío de la nueva academia mexicana. Cuando se decide a ser pintor tampoco da el salto al camino de la facilidad, sino recurre al estudio del “arte de los museos” y al aprendizaje del dibujo. Sintió que le era imprescindible el conocimiento de la historia del arte para encontrarse a sí mismo primero y dirigir sus búsquedas después. Para expresar su propio mundo interior y su interpretación de la realidad externa tenía que saber cómo lo habían hecho otros. Dos ejemplos bastan para demostrar el conocimiento que tiene: sólo un hombre que conozca bien la pintura renacentista es capaz de pintar el espléndido retrato de Emilio Rosenblueth Jr., con cabeza rapada (1943)
donde el ideal de la mimesis aristotélica se une a la voluntad del realismo fisionómico tan caro a los artistas de la segunda mitad del siglo XV. Por el otro extremo, sólo aquel que está enterado de la descomposición de la realidad como la lleva a cabo un representante del expresionismo alemán y centro-europeo (Nolde, Kokoschka, Soutine) pudo haber recogido ese gesto entre bonachón y socarrón que imprime al rostro de su padre en el Retrato del padre del artista (sin fecha). La cabeza surge del cuello de una camisa torcida y desarreglada donde el azul de la corbata da el único tono encendido a la porción baja y oscura del cuadro que diseña el traje del padre; los pliegues y arrugas de la cara están marcados exageradamente pero además cubiertos con pinceladas verdes, sobre todo en la frente, y toques azules en el pelo. Las pupilas intentan esconderse en el vértice de los ojos tan decididamente que la mirada del espectador se centra en ellos. El barroquismo es el que produce el desconcierto anhelado por el artista que domina el estilo expresionista. Se trata de decir más con más: más color, más nerviosismo, más distorsión, más énfasis en la pincelada que se vuelve mancha o línea cargada de electricidad. Todo este exceso es para golpear en la mente y la pupila del espectador, provocarle inquietud. Cuando nos topamos con un cuadro expresionista tardamos en comprender de dónde surge la zozobra que nos produce.
Estas dos pinturas que he descrito marcan los extremos en que se mueve la obra retratista de Rosenblueth. El retrato es, en la pintura de este artista, la veta más valiosa y donde es innegable la muestra de su gran talento. En la serie de retratos aparecen con originalidad la transformación del aprendizaje y los encuentros personales que lo van acercando a la escuela mexicana. El caso de sus autorretratos o los retratos de sus hermanos Arturo y Fernando, por el tipo de realismo que utiliza: parecido fiel al gesto del modelo reproducido, tipo de sombreado de colores no naturalistas, solidez volumétrica y escultórica de las cabezas, son ejemplos y de los mejores de nuestra escuela. No pueden ser de otra latitud. Además, en la Escuela Mexicana de pintura moderna de caballete el retrato fue uno de los géneros más favorecidos. La tradición decimonónica, tanto del arte culto como del popular, había hecho del retrato uno de sus temas predilectos. Las dos ramas de nuestro pasado artístico se unen en el siglo XX y refuerzan la corriente de la escuela nacionalista.
En 1940 el artista pinta al óleo la naturaleza muerta Jarra y alcancía. Se trata de una mesa con mantel colocado como Cézanne lo hubiera hecho. Sobre este mantel, construido a base de triángulos, se encuentran dos objetos: una jarra distorsionada a la manera precubista, es decir, con pluralidad de visiones, y una pieza de barro de Metepec, una alcancía en forma de cabeza. El artista popular creador de este bello objeto construye la nariz como un cuerpo geométrico: la pirámide; estereotipa la manera de recortar los ojos y convierte la cara de la figura en una verdadera máscara. Rosenblueth sucumbe a este método de construcción de un rostro. En diversos años y cuadros: Cabeza de mujer, 1940, Retrato, sin título, 1938, Dos mujeres, sin fecha, Cabeza: excocinera de Ceci, 1944, Retrato de una niña: Agustina sentada en el suelo con una sillita y pelota, 1944, los dos retratos de su esposa Charlotte: Con sombrero, 1944, y Cabeza, 1944, se inspira en ese tipo de producción artesanal. Los ojos, como recortados a navaja, están dibujados por doble línea en los párpados; la pupila no mira, está fija y ausente: perdida en su casa de almendra contempla el infinito de un tiempo perdido.
En el México de la época a que nos hemos referido se desarrollan dos tipos de métodos para buscar la mexicanidad: el de los artistas que abrevan solamente en el pozo de lo popular, como Frida Kahlo, Antonio Ruiz y María Izquierdo, y niegan las formas y la preparación académica basada en el dominio del dibujo y la composición, y la de aquellos que mexicanizan sus conocimientos académicos, como Julio Castellanos, Guerrero Galván y Juan O’Gorman.
Rosenblueth va a intentar algo distinto, una tercera vía no explorada por otros, que consiste en recurrir a los encuentros de la visión moderna del arte europeo que parten, justamente, de las composiciones cézannianas para estudiarlos y aplicarlos al lenguaje nacional.
En todas las naturalezas muertas de Rosenblueth existe una combinación de sus conocimientos de pintura universal y de su lectura del arte popular mexicano.
Por ejemplo, en los bodegones de Rosenblueth no me refiero a la aparición de objetos populares: alcancías, jarras de vidrio de Carretones, platos de talavera de Pueblo o frutas tropicales como el mamey o la piña, o del cactus del desierto (Naturaleza con mamey y jarrita azul, 1944; Jarrita verde, 1940; Bodegón con perro, 1941;
o el primero que pinta de este tipo, Naturaleza muerta, 1938), sino a la mezcla de características típicamente europeas modernas con mexicanas. La colocación de las mesas sobre las que posan los objetos, la visión múltiple, la composición arbitraria de los manteles y la búsqueda de bidimensionalidad junto con la aplicación del color son algunas de las búsquedas de nuestro artista. En un óleo sobre madera, Rosenblueth sintetiza de una manera sumamente original la lección constructiva del arte moderno que se desprende de Cézanne, con el inconfundible sello de mexicanidad. “La naturaleza puede representarse por el cubo, el cono y el cilindro”, había dicho Cézanne. El mundo de las bellezas geométricas e ideal de Platón aparecerá con renovada fuerza en la pintura moderna. Rosenblueth aplica esta enseñanza, traza un seno que es una esfera, con el triángulo diseña el cuello dibujado con regla, el brazo es un cilindro, un óvalo es la cara y para evitar la rigidez de la estructura que por perfecta pudiera ser fría, la recubre de una finísima superficie de tonalidades calientes cumpliendo con maestría la lección de Cézanne: “cuando el color tiene su máxima riqueza la forma está en su plenitud”.
No sólo es el objeto popular al que Rosenblueth transforma en una metáfora moderna, sino diversas ambientaciones, experiencias y motivos de la pintura o el entorno mexicano pasan por el tamiz de sus ojos cultos y sensibles. El delicioso cuadro La luna, 1940, se inspira en el ángel –ángela en este caso– barroco y regordete del retablo popular del XVIII. En los pocos retratos de cuerpo entero o de mujeres sentadas o desnudas su mirada sabia voluntariamente recupera la línea curva y sensual de las figuras femeninas.
La bailarina con espejo, 1937, y el Desnudo en el balcón, 1938, parecen provenir de un artista distinto. El primero, más naturalista, tiene el rostro convertido casi en máscara; es un círculo sobrepuesto; no hay concesión alguna a la modelo, particularmente en las piernas gordas y desproporcionadas. El realismo naturalista se opone al misterio del Desnudo en el balcón, cuya atmósfera en nada recuerda un aposento real. A pesar de la distancia estilística de estas dos obras, separadas por un año en su ejecución, vemos que ambas pertenecen a la escuela mexicana, sólo que en la primera triunfa el realismo con carga expresionista y en la segunda el idealismo inclinado hacia la fantasía y la irrealidad. En algunas otras pinturas, como Caballo y mujer, 1939, usa un esqueleto estructural geométrico y ya abstracto. Este juego se descubre si se siguen las líneas del dibujo eludiendo las formas dadas por el color. Analizando únicamente la composición vemos que se trata de una aplicación perfecta de la geometría; desde luego, de una geometría libre y barroca, no rígida y perfecta.
Por muchos años Rosenblueth acude en sus prácticas y en su aprendizaje al recurso renacentista y después surrealista del manejo de un maniquí. Lo hace mover (La bola verde, 1941) y pensar (El pensador, 1939).
Por medio de este muñeco, ensamblado, da Rosenblueth salida a su mundo interior, el más profundo, libre y subjetivo, el mundo de su fantasía.
En los dos cuadros que se conservan con este tema el maniquí de madera está colocado de tal modo que la humanización del muñeco es convincente. La ambivalencia a que aspira el pintor surrealista está buscada por Rosenblueth por medio del naturalismo de la figura y por lo que ella intenta hacer, así como por la atmósfera y los objetos que la rodean: esfera de cristal, la luna con el símbolo masculino-femenino, escaleras, caballete y, sobre todo, el silencio metafísico de Giorgio de Chirico es la inspiración.
En un cuadro Sin título, 1939, el proceso de encarnar una figura se produce a la inversa. Una mujer de carne está pintada de modo que produzca la impresión de tener la rigidez y los goznes de un muñeco de madera; la ambientación que la rodea es una obvia búsqueda del camino transitado por los surrealistas para llegar al mundo de la irracionalidad.
Justamente por esos años, el surrealismo invadía la esfera de la cultura. Acababa de llegar a México traído por su fundador, el poeta francés André Breton. Las preferencias de Rosenblueth hacen mover la balanza donde ha colocado sus dos influencias de un lado o de otro. Por ejemplo la ingenuidad que plantea en su Anunciación indígena, de 1942, es una concesión absoluta al platillo de la balanza donde ha puesto la imaginería popular al servicio de una nueva manera de encaminar la fantasía. Paisaje, de 1944, es una síntesis del mundo objetivo y subjetivo mexicano y europeo, abierto y cerrado, real y fantástico, ciudad y bosque, por lo que esta obra podría concebirse como un autorretrato espiritual. La extraña construcción arquitectónica encierra y complementa un mundo de ambivalencias, un bosque frondoso rodeado de una construcción cerrada y abierta. La característica de la escuela mexicana es decir y comunicar algo al espectador, no quedarse en el vacío y la incomunicación, y en Rosenblueth esta necesidad nunca se interrumpe. El equilibrio lo alcanza en una obra temprana y que es uno de sus más bellos y tiernos cuadros, El caballo de ajedrez, de 1938, donde juega con la sorpresa y el misterio. Un tablero de ajedrez, colocado en un paisaje tiene dos fichas en campos contrarios, un caballo y una mujer. ¿La pasión y el amor se desarrollan en el paisaje de la vida que no es para él más que un juego noble e inteligente en un tablero de ajedrez? ¿El eterno femenino de Cézanne preocupó también a Rosenblueth?
“México no es un mito”, había declarado Breton a su llegada, agregando que México “tiende a ser el lugar surrealista por excelencia”. Sin embargo, como he analizado en otra parte [3], el surrealismo no tuvo en México la acogida esperada. Fue practicado por esos años casi exclusivamente por artistas extranjeros: Remedios Varo, Leonora Carrington, Wolfgang Paalen, Alice Rahon, Kati y José Horna y pocos más. Algunos pintores locales sufrieron variaciones en sus enfoques o exageraron la fantasía y la supervivencia del mito, la irracionalidad y la paradoja que nos rodea en la cotidianidad mexicana.
Rosenblueth no escapa de esta influencia. La aprovecha en la misma dirección con que había utilizado la lección geométrica. Sin abandonar las características de la escuela nacionalista incluye en sus cuadros construcciones desoladas, también a la manera de las arcadas de Chirico, pero las suyas se levantan siempre en un paisaje real y naturalista.
Cuando sienta a una mujer junto al mar establece una extraña división entre este y la tierra, separados por una serpiente de cemento que forma la barda que los divide; la mujer es, de nuevo, máscara, muñeca, maniquí encarnado, soledad. No hay en Rosenblueth el deseo de confundir al espectador; por el contrario, se trata de que capte el mensaje estético.
La vida de un hombre dinámico, decidido, con suficiente voluntad y talento para convertirse en muy pocos años en un pintor debe de haber tenido bastante de juego, de reto, de lucha por llegar a una meta. Un gozo sano y transparente emana de su obra; en ella no hay cabida a la tortura, a la maldad ni tampoco a la tristeza del desconsuelo y la desesperanza. Su obra más juguetona y absolutamente personal y distinta a todo lo que se produjo en la Escuela Mexicana son sus petatillos. En esta serie de figuras de petate el maniquí europeo queda sustituido por un muñeco popular tejido por el pueblo y comprado en un mercado. Rosenblueth le da vida y lo hace, exclusivamente, jugar: montar en bicicleta, brincar al burro, practicar juegos antiguos como a la víbora de la mar y ejecutar suertes en un circo. Si José Guadalupe Posada hizo jugar, bailar, pasear en bicicleta a la muerte en medio de sus calaveras, Rosenblueth juega a la vida transformando sus muñecos de petate en niños y jóvenes que gozan.
Expresarse libre y espontáneamente, volcar en el lienzo la emoción, la sensibilidad y el propio gozo fue lo que aprendieron los niños pobres de las Escuelas al Aire Libre. Rosenblueth, niño prodigio a los cuarenta años, deja un testimonio de búsquedas y encuentros de gran honestidad porque nunca oculta que es eterno aprendiz, el niño libre, el que aprende ese otro arte, “el sublime arte de vivir su vida”.
¿Qué más puede pedirse a un artista que tuvo la virtud de la modestia, el desinterés por sobresalir y ser reconocido en el mundo artístico y de haber podido llenar su vida con el arte y el arte con la vida?
Referencias
[1] Fernández, Justino, Arte moderno y contemporáneo de México, UNAM, México, 1952, p 434
[2] Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, Cuadernos Americanos, México, 1950
[3] Rodríguez Prampolini, Ida, El surrealismo y el arte fantástico de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 1969, 2ª edición, 1984
Ida Rodríguez Prampolini
Con las obras de arte sucede, a medida que se aleja el tiempo de su producción, que por distintas y distantes que hayan estado entre sí, comienzan a acercarse y a emparentarse hasta conformar lo que es el estilo de una época. Un cuadro es cronológicamente situable justo por aquellas características típicas de un momento de la historia. El tiempo, más que ningún otro factor, reduce la diversidad individualista. Aquellas novedades y perfecciones que en su momento causaron el entusiasmo o la envidia de los contemporáneos, unos pocos siglos después se confunden dentro del rasero del estilo.
Ya Justino Fernández unía bajo el rubro “Una generación de pintores afines” a artistas que aparentemente no cabe medir con la misma regla. Acredita su elección con este argumento: “Son tan variadas y francas sus personalidades que no parece casi posible reunirlos por tendencias, es una diáspora rice en valores que justifica el prestigio de que goza; sin embargo, hay un ‘no sé qué’ común, un sentido de la realidad, del color y de las formas que los liga y en conjunto o individualmente son inconfundibles” [1]. Es que ese arte, perteneciente a la Escuela Mexicana y producto de la Revolución de 1910 es, como advierte Octavio Paz, “una inmersión de México en su propio ser” [2]. Al ver reunida la obra del artista Emilio Rosenblueth no se duda de incluirlo al lado de los artistas que poseen ese “no sé qué”.
La política propiciada por la administración del licenciado Miguel Alemán abrió nuestras fronteras al deseo de internacionalización. Los artistas mexicanos más jóvenes no recorrieron el camino de la Escuela Mexicana. No la transformaron en algo distinto como logró hacerlo Rufino Tamayo. Ellos negaron su validez y pusieron los ojos de nuevo en Europa y Norteamérica.
Emilio Rosenblueth había muerto el 24 de enero de 1945, así que este cambio ya no le tocó. En su obra apenas asoma el mundo de los abstractos y escasean las búsquedas a través de materiales y texturas. Más que romper con una tradición inmediata hay deseos de asumirla plenamente para que, de tanto hacerla suya, tenga la autenticidad y la verdad de la pertenencia. Con su obra comenzaba a enriquecer, mediante aportes muy personales, a la Escuela Mexicana Moderna.
Lo primero que sorprende, cuando se conoce la historia de este excepcional pintor, es que la mayor parte de sus contemporáneos dedicaron muchos años a realizar sus propios encuentros formales, mientras que la vertiginosa carrera artística de Rosenblueth fue muy corta. Dura apenas ocho años y en ese lapso logra realizarse con plenitud.
La educación de Emilio Rosenblueth pertenece a una fina atmósfera europea. Su padre era judío-húngaro; su madre, mexicana. La familia se componía de ocho hijos de los cuales Emilio era el mayor; fueron educados esmeradamente en ese ambiente cultural y artístico. Recibían clases de idiomas, pintura y música, llegando a constituir entre los hermanos un conjunto aficionado de música de cámara. Por muchos años Emilio siguió ejecutando el violín y gozando de los compositores que renovaron la música moderna: Ravel, Stravinski, Shostakovich, Prokofiev y Respighi entre los más queridos.
En las hermosas notas debidas a la pluma del pintor y que recoge el presente libro, nos refiere a las lecciones de pintura que recibió en 1915 y que no le fueron divertidas. De ese año queda una obra, El leñador; aunque se trata de una copia, denota que esas lecciones, por aburridas que le parecieran, le suministraron un buen oficio. Mucho después, cuando en él resurge el gusto por la pintura, fueron seguramente valiosa ayuda para que su talento y enorme facilidad pudieran desarrollarse tan rápidamente.
Emilio Rosenblueth nace en Ciudad Juárez el 23 de julio de 1896. Cursa sus primeros estudios en la ciudad de México en una escuela de padres maristas y en el Colegio Civil. De 1920 a 1942 trabajó en una de las industrias más importantes de Monterrey, la cervecera. Comenzó como repartidor y agente de ventas de la Cervecería Cuauhtémoc, primero en Monterrey y más tarde en la ciudad de México. Después de ocupar puestos directivos se desligó de ese grupo y dedicó sus últimos dos años de vida al cargo de gerente de la Cervecería Modelo.
Descuella la doble personalidad de Rosenblueth: su excepcional facilidad para desempeñarse con éxito en el mundo de industrias y negocios y en el arte. Sus amigos, así como los escritores que se ocuparon de reseñar sus exposiciones y los que lo conocieron y trataron, lo describen y recuerdan como un hombre afable, alegre, dinámico, autocrítico y disciplinado. Alcanzó una sólida cultura; conocía bien la música y la literatura; gozaba a los clásicos y se entusiasmaba con los artistas contemporáneos. Admiraba a Picasso por sobre todos ellos. Tenía interés por los temas filosóficos y científicos y gozaba del baile y de los deportes, principalmente la equitación.
Después del periodo de juventud en que tomó clases de pintura no vuelve a practicarla sino hasta fines de 1936. Se dedica entonces ya no a copiar sino a dar expresión plástica a sus intereses visuales y emotivos.
Comienza su tarea pictórica compartiendo el principio que había inspirado la creación de las Escuelas al Aire Libre en México y así lo deja escrito en las notas a que me referí. Allí sostiene que potencialmente todo ser humano es un artista.
Su obra Laguna de Zempoala, de 1943, es un homenaje a Gauguin; los Girasoles, de 1944, contenidos en un vaso de Carretones son una transformación de las dolorosas flores de Van Gogh, y la composición de los árboles que enmarcan un triángulo entre los que se encuentran tres mujeres desnudas, Tres bañistas en la selva, de 1942, es un estudio muy personal de los cuadros también de mujeres desnudas, de Cézanne.
La entrega intensa que lleva a Rosenblueth a producir una vasta obra en poco más de siete años nos habla de una pasión reposada, diligente y disciplinada, la del artista que sabe que ha descubierto tarde su vocación, que son más los años perdidos que los que le quedan para colmar “con ese gozo interno” sus ansias creadoras. Don Emilio se convierte, como Cézanne, en un eterno aprendiz. Es muy posible que nuestro pintor mexicano haya tenido presente al conceptualizador de la naturaleza, no tanto en sus exploraciones geometrizantes sino en su método de aprendizaje. Para Rosenblueth el arte no es sólo un refugio sino una ansiosa búsqueda por lo que le interesa decir y cómo decirlo.
En México no se produjeron las paulatinas rupturas y menos aún los tanteos en torno a problemas formales que crearon las vanguardias en el Viejo Continente. Aquí hay la intención conjunta de crear un lenguaje único, propio, colectivo y entendible para todos. No se busca por caminos exclusivamente formales sino se trata de comunicar verdades y decir algo con ellas. En Europa, el artista se separa del público; en México pinta y produce para él. Por otra parte, la rebeldía se dio exclusivamente contra la Academia y sus reglas, como había sucedido en Europa en la primera de las rebeliones, la impresionista. El artista mexicano de los treinta y cuarenta se empeña y logra construir un mundo paralelo y cercano a la realidad circundante; lenguaje que brota y se reproduce en todas las artes, en el cine, la fotografía, la pintura, la escultura e incluso la arquitectura y la moda.
Rosenblueth no participó activamente en la elaboración de esa estética nacional y menos aún cayó en el nacionalismo vacío de la nueva academia mexicana. Cuando se decide a ser pintor tampoco da el salto al camino de la facilidad, sino recurre al estudio del “arte de los museos” y al aprendizaje del dibujo. Sintió que le era imprescindible el conocimiento de la historia del arte para encontrarse a sí mismo primero y dirigir sus búsquedas después. Para expresar su propio mundo interior y su interpretación de la realidad externa tenía que saber cómo lo habían hecho otros. Dos ejemplos bastan para demostrar el conocimiento que tiene: sólo un hombre que conozca bien la pintura renacentista es capaz de pintar el espléndido retrato de Emilio Rosenblueth Jr., con cabeza rapada (1943)
donde el ideal de la mimesis aristotélica se une a la voluntad del realismo fisionómico tan caro a los artistas de la segunda mitad del siglo XV. Por el otro extremo, sólo aquel que está enterado de la descomposición de la realidad como la lleva a cabo un representante del expresionismo alemán y centro-europeo (Nolde, Kokoschka, Soutine) pudo haber recogido ese gesto entre bonachón y socarrón que imprime al rostro de su padre en el Retrato del padre del artista (sin fecha). La cabeza surge del cuello de una camisa torcida y desarreglada donde el azul de la corbata da el único tono encendido a la porción baja y oscura del cuadro que diseña el traje del padre; los pliegues y arrugas de la cara están marcados exageradamente pero además cubiertos con pinceladas verdes, sobre todo en la frente, y toques azules en el pelo. Las pupilas intentan esconderse en el vértice de los ojos tan decididamente que la mirada del espectador se centra en ellos. El barroquismo es el que produce el desconcierto anhelado por el artista que domina el estilo expresionista. Se trata de decir más con más: más color, más nerviosismo, más distorsión, más énfasis en la pincelada que se vuelve mancha o línea cargada de electricidad. Todo este exceso es para golpear en la mente y la pupila del espectador, provocarle inquietud. Cuando nos topamos con un cuadro expresionista tardamos en comprender de dónde surge la zozobra que nos produce.
Estas dos pinturas que he descrito marcan los extremos en que se mueve la obra retratista de Rosenblueth. El retrato es, en la pintura de este artista, la veta más valiosa y donde es innegable la muestra de su gran talento. En la serie de retratos aparecen con originalidad la transformación del aprendizaje y los encuentros personales que lo van acercando a la escuela mexicana. El caso de sus autorretratos o los retratos de sus hermanos Arturo y Fernando, por el tipo de realismo que utiliza: parecido fiel al gesto del modelo reproducido, tipo de sombreado de colores no naturalistas, solidez volumétrica y escultórica de las cabezas, son ejemplos y de los mejores de nuestra escuela. No pueden ser de otra latitud. Además, en la Escuela Mexicana de pintura moderna de caballete el retrato fue uno de los géneros más favorecidos. La tradición decimonónica, tanto del arte culto como del popular, había hecho del retrato uno de sus temas predilectos. Las dos ramas de nuestro pasado artístico se unen en el siglo XX y refuerzan la corriente de la escuela nacionalista.
En 1940 el artista pinta al óleo la naturaleza muerta Jarra y alcancía. Se trata de una mesa con mantel colocado como Cézanne lo hubiera hecho. Sobre este mantel, construido a base de triángulos, se encuentran dos objetos: una jarra distorsionada a la manera precubista, es decir, con pluralidad de visiones, y una pieza de barro de Metepec, una alcancía en forma de cabeza. El artista popular creador de este bello objeto construye la nariz como un cuerpo geométrico: la pirámide; estereotipa la manera de recortar los ojos y convierte la cara de la figura en una verdadera máscara. Rosenblueth sucumbe a este método de construcción de un rostro. En diversos años y cuadros: Cabeza de mujer, 1940, Retrato, sin título, 1938, Dos mujeres, sin fecha, Cabeza: excocinera de Ceci, 1944, Retrato de una niña: Agustina sentada en el suelo con una sillita y pelota, 1944, los dos retratos de su esposa Charlotte: Con sombrero, 1944, y Cabeza, 1944, se inspira en ese tipo de producción artesanal. Los ojos, como recortados a navaja, están dibujados por doble línea en los párpados; la pupila no mira, está fija y ausente: perdida en su casa de almendra contempla el infinito de un tiempo perdido.
En el México de la época a que nos hemos referido se desarrollan dos tipos de métodos para buscar la mexicanidad: el de los artistas que abrevan solamente en el pozo de lo popular, como Frida Kahlo, Antonio Ruiz y María Izquierdo, y niegan las formas y la preparación académica basada en el dominio del dibujo y la composición, y la de aquellos que mexicanizan sus conocimientos académicos, como Julio Castellanos, Guerrero Galván y Juan O’Gorman.
Rosenblueth va a intentar algo distinto, una tercera vía no explorada por otros, que consiste en recurrir a los encuentros de la visión moderna del arte europeo que parten, justamente, de las composiciones cézannianas para estudiarlos y aplicarlos al lenguaje nacional.
En todas las naturalezas muertas de Rosenblueth existe una combinación de sus conocimientos de pintura universal y de su lectura del arte popular mexicano.
Por ejemplo, en los bodegones de Rosenblueth no me refiero a la aparición de objetos populares: alcancías, jarras de vidrio de Carretones, platos de talavera de Pueblo o frutas tropicales como el mamey o la piña, o del cactus del desierto (Naturaleza con mamey y jarrita azul, 1944; Jarrita verde, 1940; Bodegón con perro, 1941;
o el primero que pinta de este tipo, Naturaleza muerta, 1938), sino a la mezcla de características típicamente europeas modernas con mexicanas. La colocación de las mesas sobre las que posan los objetos, la visión múltiple, la composición arbitraria de los manteles y la búsqueda de bidimensionalidad junto con la aplicación del color son algunas de las búsquedas de nuestro artista. En un óleo sobre madera, Rosenblueth sintetiza de una manera sumamente original la lección constructiva del arte moderno que se desprende de Cézanne, con el inconfundible sello de mexicanidad. “La naturaleza puede representarse por el cubo, el cono y el cilindro”, había dicho Cézanne. El mundo de las bellezas geométricas e ideal de Platón aparecerá con renovada fuerza en la pintura moderna. Rosenblueth aplica esta enseñanza, traza un seno que es una esfera, con el triángulo diseña el cuello dibujado con regla, el brazo es un cilindro, un óvalo es la cara y para evitar la rigidez de la estructura que por perfecta pudiera ser fría, la recubre de una finísima superficie de tonalidades calientes cumpliendo con maestría la lección de Cézanne: “cuando el color tiene su máxima riqueza la forma está en su plenitud”.
No sólo es el objeto popular al que Rosenblueth transforma en una metáfora moderna, sino diversas ambientaciones, experiencias y motivos de la pintura o el entorno mexicano pasan por el tamiz de sus ojos cultos y sensibles. El delicioso cuadro La luna, 1940, se inspira en el ángel –ángela en este caso– barroco y regordete del retablo popular del XVIII. En los pocos retratos de cuerpo entero o de mujeres sentadas o desnudas su mirada sabia voluntariamente recupera la línea curva y sensual de las figuras femeninas.
La bailarina con espejo, 1937, y el Desnudo en el balcón, 1938, parecen provenir de un artista distinto. El primero, más naturalista, tiene el rostro convertido casi en máscara; es un círculo sobrepuesto; no hay concesión alguna a la modelo, particularmente en las piernas gordas y desproporcionadas. El realismo naturalista se opone al misterio del Desnudo en el balcón, cuya atmósfera en nada recuerda un aposento real. A pesar de la distancia estilística de estas dos obras, separadas por un año en su ejecución, vemos que ambas pertenecen a la escuela mexicana, sólo que en la primera triunfa el realismo con carga expresionista y en la segunda el idealismo inclinado hacia la fantasía y la irrealidad. En algunas otras pinturas, como Caballo y mujer, 1939, usa un esqueleto estructural geométrico y ya abstracto. Este juego se descubre si se siguen las líneas del dibujo eludiendo las formas dadas por el color. Analizando únicamente la composición vemos que se trata de una aplicación perfecta de la geometría; desde luego, de una geometría libre y barroca, no rígida y perfecta.
Por muchos años Rosenblueth acude en sus prácticas y en su aprendizaje al recurso renacentista y después surrealista del manejo de un maniquí. Lo hace mover (La bola verde, 1941) y pensar (El pensador, 1939).
Por medio de este muñeco, ensamblado, da Rosenblueth salida a su mundo interior, el más profundo, libre y subjetivo, el mundo de su fantasía.
En los dos cuadros que se conservan con este tema el maniquí de madera está colocado de tal modo que la humanización del muñeco es convincente. La ambivalencia a que aspira el pintor surrealista está buscada por Rosenblueth por medio del naturalismo de la figura y por lo que ella intenta hacer, así como por la atmósfera y los objetos que la rodean: esfera de cristal, la luna con el símbolo masculino-femenino, escaleras, caballete y, sobre todo, el silencio metafísico de Giorgio de Chirico es la inspiración.
En un cuadro Sin título, 1939, el proceso de encarnar una figura se produce a la inversa. Una mujer de carne está pintada de modo que produzca la impresión de tener la rigidez y los goznes de un muñeco de madera; la ambientación que la rodea es una obvia búsqueda del camino transitado por los surrealistas para llegar al mundo de la irracionalidad.
Justamente por esos años, el surrealismo invadía la esfera de la cultura. Acababa de llegar a México traído por su fundador, el poeta francés André Breton. Las preferencias de Rosenblueth hacen mover la balanza donde ha colocado sus dos influencias de un lado o de otro. Por ejemplo la ingenuidad que plantea en su Anunciación indígena, de 1942, es una concesión absoluta al platillo de la balanza donde ha puesto la imaginería popular al servicio de una nueva manera de encaminar la fantasía. Paisaje, de 1944, es una síntesis del mundo objetivo y subjetivo mexicano y europeo, abierto y cerrado, real y fantástico, ciudad y bosque, por lo que esta obra podría concebirse como un autorretrato espiritual. La extraña construcción arquitectónica encierra y complementa un mundo de ambivalencias, un bosque frondoso rodeado de una construcción cerrada y abierta. La característica de la escuela mexicana es decir y comunicar algo al espectador, no quedarse en el vacío y la incomunicación, y en Rosenblueth esta necesidad nunca se interrumpe. El equilibrio lo alcanza en una obra temprana y que es uno de sus más bellos y tiernos cuadros, El caballo de ajedrez, de 1938, donde juega con la sorpresa y el misterio. Un tablero de ajedrez, colocado en un paisaje tiene dos fichas en campos contrarios, un caballo y una mujer. ¿La pasión y el amor se desarrollan en el paisaje de la vida que no es para él más que un juego noble e inteligente en un tablero de ajedrez? ¿El eterno femenino de Cézanne preocupó también a Rosenblueth?
“México no es un mito”, había declarado Breton a su llegada, agregando que México “tiende a ser el lugar surrealista por excelencia”. Sin embargo, como he analizado en otra parte [3], el surrealismo no tuvo en México la acogida esperada. Fue practicado por esos años casi exclusivamente por artistas extranjeros: Remedios Varo, Leonora Carrington, Wolfgang Paalen, Alice Rahon, Kati y José Horna y pocos más. Algunos pintores locales sufrieron variaciones en sus enfoques o exageraron la fantasía y la supervivencia del mito, la irracionalidad y la paradoja que nos rodea en la cotidianidad mexicana.
Rosenblueth no escapa de esta influencia. La aprovecha en la misma dirección con que había utilizado la lección geométrica. Sin abandonar las características de la escuela nacionalista incluye en sus cuadros construcciones desoladas, también a la manera de las arcadas de Chirico, pero las suyas se levantan siempre en un paisaje real y naturalista.
Cuando sienta a una mujer junto al mar establece una extraña división entre este y la tierra, separados por una serpiente de cemento que forma la barda que los divide; la mujer es, de nuevo, máscara, muñeca, maniquí encarnado, soledad. No hay en Rosenblueth el deseo de confundir al espectador; por el contrario, se trata de que capte el mensaje estético.
La vida de un hombre dinámico, decidido, con suficiente voluntad y talento para convertirse en muy pocos años en un pintor debe de haber tenido bastante de juego, de reto, de lucha por llegar a una meta. Un gozo sano y transparente emana de su obra; en ella no hay cabida a la tortura, a la maldad ni tampoco a la tristeza del desconsuelo y la desesperanza. Su obra más juguetona y absolutamente personal y distinta a todo lo que se produjo en la Escuela Mexicana son sus petatillos. En esta serie de figuras de petate el maniquí europeo queda sustituido por un muñeco popular tejido por el pueblo y comprado en un mercado. Rosenblueth le da vida y lo hace, exclusivamente, jugar: montar en bicicleta, brincar al burro, practicar juegos antiguos como a la víbora de la mar y ejecutar suertes en un circo. Si José Guadalupe Posada hizo jugar, bailar, pasear en bicicleta a la muerte en medio de sus calaveras, Rosenblueth juega a la vida transformando sus muñecos de petate en niños y jóvenes que gozan.
Expresarse libre y espontáneamente, volcar en el lienzo la emoción, la sensibilidad y el propio gozo fue lo que aprendieron los niños pobres de las Escuelas al Aire Libre. Rosenblueth, niño prodigio a los cuarenta años, deja un testimonio de búsquedas y encuentros de gran honestidad porque nunca oculta que es eterno aprendiz, el niño libre, el que aprende ese otro arte, “el sublime arte de vivir su vida”.
¿Qué más puede pedirse a un artista que tuvo la virtud de la modestia, el desinterés por sobresalir y ser reconocido en el mundo artístico y de haber podido llenar su vida con el arte y el arte con la vida?
Referencias
[1] Fernández, Justino, Arte moderno y contemporáneo de México, UNAM, México, 1952, p 434
[2] Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, Cuadernos Americanos, México, 1950
[3] Rodríguez Prampolini, Ida, El surrealismo y el arte fantástico de México, Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, México, 1969, 2ª edición, 1984
Prensa & Correspondencia
Diego Rivera
Emilio en 1942
En tan solo tres años Emilio Rosenblueth ya tenía una posición importante entre los pintores contemporáneos. Su maestro Carlos Orozco Romero lo había guiado y colocado en las dos galerías de arte más importantes de México. Una fue la GAM con Inés Amor y la otra la Galería de María Asúnsolo, pero esto generaría rencores. ¡Cómo es posible que este aficionado haya llegado tan lejos si a nosotros nos costó una vida!
Y en ese tenor y contestando a la solicitud de Antonio Ruiz para dar clases en la Escuela La Esmeralda Diego Rivera le responde diciendo: “Uno de los más antiguos efebos, hoy convertido en ilustre chismógrafo, llegó al colmo de querer consagrar como profesional de primer orden a un aficionado a la pintura, que en realidad es un generoso gerente de ventas de una potente cervecería”. (Diego Rivera, 20 de febrero de 1942, Libro “El Corcito”, página 17.) El chismógrafo es el pintor Carlos Orozco Romero y el gerente es Emilio Rosenblueth.
Carta de Rievra al Corcito . 1942
EL CORCITO
Uno de los mas antiguos efebos , hoy convertido en ilustre chismógrafo
Llego al colmo de querer consagrar como profesional de primer orden, a un aficionado a la pintura, que en realidad es un generoso gerente de ventas de una potente cervecería .
Diego Rivera 20 de febrero de 1942
(Libro El Corcito pag 17) El chismografo es el pintor Carlos Orozco Romero y el gerente es Emilio Rosenblueth
Retrato de mi hijo Emilio
carta Emilio
carta Emilio a Luz fabila agosto 1944
Emilio a Luz Fabila
Paisaje & Naturaleza Muerta
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